ella hilaba sus puntos y letras:
encontrando en su nombre un mar y una red,
una “h muda” sobre su boca y un lunar sobre su rodilla,
y sobre ese texto se hizo un cuerpo.
Ella tomaba la humedad de sus poros, y las lágrimas de su madre
y sobre ese mar salado se hizo un borde.
Ella coloreaba sus mejillas de rosa pálido con su vergüenza infantil,
y con ese marco de colores se hizo un rostro.
Dejaba sonar las mismas notas, y algunas respiraciones nuevas,
y con esa voz se hizo un canto.
Cómo no iba a encontrar en aquel sueño de rinocerontes y cerraduras,
las tijeras con las qué deshilvanar su entramado.
Hizo una casa con manos de papel,
y ventanas de cartón zurcidas con un pabilo amarillo para el invierno,
y bajó a salvar la llama del incendio, y pintó las paredes de rojo carmesí.
Y ahí en medio, plantó su cama para no irse a dormir.
Tomando alguna hoja blanca de vez en cuando para hacer siempre la misma escritura:
un punto y una letra
y era suficiente, y era excesivo
y dijo con su cuerpo, con sus poros, con su rostro,
y con su voz (ya no muda):
-un punto y una letra-
No más
Ella tomaba sus agujeros para hacerse un vestido,
encontrando en su nombre a-mar.