martes, 9 de febrero de 2016

Los monstruos andan sueltos

Los monstruos andan sueltos, y la gente ya no les teme.
Por: Margareth Acevedo

El mundo del niño es como una carnicería, un baño público, y una morgue; el mundo del adulto es una farmacia con una puerta abierta”. 
(No recuerdo el nombre del autor)

Veo una bruja de 56 cm. Un vampiro mudando los dientes. Un hombre lobo tomando su tetero. Una especie de zombi llorando porque quiere un globo, que un vendedor ambulante ha puesto en sus manos. También se asoman superhéroes, piratas, princesas, villanos, políticos, policías, un chavo y una chilindrina,  con su tangana y bolsitas de papelillos… Veo monstruos, y la gente cree que son unos niños.

Freud en su artículo Tres ensayos para una teoría sexual (1905), estructura la siguiente frase: “Los niños son perversos polimorfos”. ¿Qué quiere decir esto? Apuntaba en ese momento de construcción teórica a un eje que iba más allá de las convenciones, un más allá que lo llevaba a fijar la mirada, o mejor dicho el oído, donde los demás volteaban a ver el disfraz. Freud veía el monstruo pulsional, que se colaba por el lenguaje, ubicando las coordenadas de la sexualidad que insistentemente, aquella sociedad, y porque no, cualquier sociedad, se negaba a escuchar.

La histeria, con su síntoma, ubicado en ese momento en su cuerpo, hablaba. Y a partir de allí, de dicho rastreo Freud pudo ubicar algo del orden de lo sexual, que se encontraba tejido con la historia del síntoma, pero que de eso, el sujeto, de eso nada sabía. En dicha búsqueda, reconoció que tal empuje, no podía hallarse solamente en dicho sujeto histérico, sino que algo de eso hablaba de forma tal, que le permitió construir un montaje teórico, capaz de introducir la noción de sexualidad desde el mismo momento en que hay cuerpo, y lenguaje. No nos equivoquemos, Freud no hablaba de sexualidad, de manera exclusivamente genital, en esto va a insistir bastante, introducía entonces uno de los ejes fundamentales de su teoría: La pulsión y sus destinos (vicisitudes), que luego desarrollará más adelante en 1915.

Donde hay un niño, hay una marca irremediable de la sexualidad. Allí hubo sexualidad. Es el signo del encuentro contingente o no, del cuerpo de un hombre sobre el cuerpo de una mujer. ¿Por qué fue tan rechazado Freud, cuando planteaba esto? ¿Por qué lo “inocente” viene a puntear la serie de discursos cotidianos cuando se hace mención de un niño? Si al observarlos atentamente, encontramos ¡El carnaval! Niños cuyos cuerpos gritan, lloran, se mueven inquietamente, se meten los dedos a la nariz, -en cualquier agujero realmente- , golpean, se besas, se rascan, se tocan: cuerpos desparramados. Alusión a la obra de William Golding “El señor de las moscas” (1954) y su referente sobre el niño cuando “no hay” de la Ley o su transmisión simbólica.  El niño es un cuerpo cuya satisfacción pulsional se encuentra desbordada en el cuerpo. 


El asunto espanta, cuando vemos que a quien se le disfraza, es al niño. No solo por una cuestión comercial, quiero insistir en esto, sino pensemos, en el asunto del personaje, como eso que se vela y se muestra, se revela. El niño se le otorga estatus de monstruo, de personaje para divertir, asustar, encantar, etc. al otro. A ese a quien poner la mirada. Agreguemos además, que dichos mons-otricos (otros chiquitos)  o mons-trozos (pedazos o piezas sueltas del monstruo pulsional) ya no asustan. Andan por allí, y son verdaderamente exhibidos, sin el reconocimiento del espanto que encarnan. Significantes del encuentro sexual, y al mismo tiempo, seres desbordados por la pulsión. O mejor dicho, con el "suelto" de la pulsión... 

Referencias:
Freud, S. (1905). Tres ensayos para una teoría sexual. En obras completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 
Freud, S. (1915). La pulsión y sus destinos. En obras completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 
Golding, W. (1954). El señor de las moscas. 





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