Los
monstruos andan sueltos, y la gente ya no les teme.
Por:
Margareth Acevedo
“El
mundo del niño es como una carnicería, un baño público, y una morgue; el mundo
del adulto es una farmacia con una puerta abierta”.
(No
recuerdo el nombre del autor)
Veo
una bruja de 56 cm. Un vampiro mudando los dientes. Un hombre lobo tomando su tetero.
Una especie de zombi llorando porque quiere un globo, que un vendedor ambulante
ha puesto en sus manos. También se asoman superhéroes, piratas, princesas, villanos,
políticos, policías, un chavo y una chilindrina, con su tangana y bolsitas de papelillos… Veo
monstruos, y la gente cree que son unos niños.
Freud
en su artículo Tres ensayos para una teoría sexual (1905), estructura la
siguiente frase: “Los niños son perversos
polimorfos”. ¿Qué quiere decir esto? Apuntaba en ese momento de
construcción teórica a un eje que iba más allá de las convenciones, un más allá
que lo llevaba a fijar la mirada, o mejor dicho el oído, donde los demás volteaban
a ver el disfraz. Freud veía el monstruo pulsional, que se colaba por el
lenguaje, ubicando las coordenadas de la sexualidad que insistentemente, aquella
sociedad, y porque no, cualquier sociedad, se negaba a escuchar.
La
histeria, con su síntoma, ubicado en ese momento en su cuerpo, hablaba. Y a
partir de allí, de dicho rastreo Freud pudo ubicar algo del orden de lo sexual,
que se encontraba tejido con la historia del síntoma, pero que de eso, el
sujeto, de eso nada sabía. En dicha búsqueda, reconoció que tal empuje, no podía
hallarse solamente en dicho sujeto histérico, sino que algo de eso hablaba de
forma tal, que le permitió construir un montaje teórico, capaz de introducir la
noción de sexualidad desde el mismo momento en que hay cuerpo, y lenguaje. No nos
equivoquemos, Freud no hablaba de sexualidad, de manera exclusivamente genital,
en esto va a insistir bastante, introducía entonces uno de los ejes
fundamentales de su teoría: La pulsión y sus destinos (vicisitudes), que luego
desarrollará más adelante en 1915.
Donde
hay un niño, hay una marca irremediable de la sexualidad. Allí hubo sexualidad.
Es el signo del encuentro contingente o no, del cuerpo de un hombre sobre el
cuerpo de una mujer. ¿Por qué fue tan rechazado Freud, cuando
planteaba esto? ¿Por qué lo “inocente”
viene a puntear la serie de discursos cotidianos cuando se hace mención de un
niño? Si al observarlos atentamente, encontramos ¡El carnaval! Niños cuyos cuerpos gritan, lloran, se mueven inquietamente, se meten los dedos a la nariz, -en cualquier
agujero realmente- , golpean, se besas, se rascan, se tocan: cuerpos
desparramados. Alusión a la obra de William Golding “El señor
de las moscas” (1954) y su referente sobre el niño
cuando “no hay” de la Ley o su
transmisión simbólica. El niño es un
cuerpo cuya satisfacción pulsional se encuentra desbordada en el cuerpo.
El
asunto espanta, cuando vemos que a quien se le disfraza, es al niño. No solo por
una cuestión comercial, quiero insistir en esto, sino pensemos, en el asunto
del personaje, como eso que se vela y se muestra, se revela. El niño se le
otorga estatus de monstruo, de personaje para divertir, asustar, encantar, etc.
al otro. A ese a quien poner la mirada. Agreguemos además, que dichos
mons-otricos (otros chiquitos) o mons-trozos
(pedazos o piezas sueltas del monstruo pulsional) ya no asustan. Andan por
allí, y son verdaderamente exhibidos, sin el reconocimiento del espanto que
encarnan. Significantes del encuentro sexual, y al mismo tiempo, seres
desbordados por la pulsión. O mejor dicho, con el "suelto" de la pulsión...
Referencias:
Freud, S. (1905). Tres ensayos para una teoría sexual. En obras completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid.
Freud, S. (1915). La pulsión y sus destinos. En obras completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid.
Golding, W. (1954). El señor de las moscas.
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