jueves, 12 de octubre de 2017

La ciudad de los niños perdidos

Por: Margareth Acevedo
Hay que contar los hechos, esos que marcan los signos del terror, establecidos en un régimen que de semblante democrático, a sabido corretear los significantes, para voltear la denominación que le corresponde:  Dictadura. Llamemos las cosas por su nombre, cuando los efectos de su discurso se aparejan con eventos ya organizados, enumerados, y clasificados en categorías sobre tipos de gobiernos totalitarios.
La especificidad de esta estructura, radica en el modo en que habita el lenguaje, y sus reproducciones en actos políticos y sociales. Un sistema político vinculante a una forma burocrática que impone, y por otro lado expone en su actuar una deliberación y arbitrariedad, engranada de la mejor manera con el principio fundamental del lenguaje: se puede decir cualquier cosa con él. Decir por ejemplo “el mar es azul“, cuando se tiene fundado que el mar no es equivalente al color azul. También se puede decir el “mar es limón“, e incluso extremando mas los hechos de palabra, decir que en “Venezuela no hay dictadura, porque la gente puede opinar“. Y éste es el fundamento de este parapeto de gobierno.  La prensa y los medios en su restricción,  muestran este recurso: “no hay hambre en Venezuela, el clap da abasto a los venezolanos”. Hechos de palabra, que descolocan el justo valor de las mismas, des nombrando lo que en el acto se dice.
Si seguimos en esta línea, podríamos mencionar la discusión internacional sobre si se considera un “Genocidio” la hambruna de Ucrania, entre 1932 y 1933, dando por muerte entre  1,5 y 10 millones de personas. Donde algunas instituciones, como la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa,  revocó su denominación de “genocidio” en el 2010, alegando que si bien reconocía que la hambruna forzada de Holodomor llegó a serlo como consecuencia de la política del régimen totalitario de Stalin, consideró no se ajustaba a la definición de genocidio, al no ser dirigido contra un pueblo en concreto sino contra el pueblo soviético en su totalidad. La rectificación de la declaración anterior se hizo a petición del propio gobierno ucraniano pro ruso de Viktor Yanokovich, en contradicción con lo que había afirmado su antecesor en la presidencia y opositor Viktor Yurchenko.
Vemos aquí como la cosa no se corresponde con su nombre. Y de esta propiedad en la estructura del significante, se sabe servir gobiernos como el que hoy rige a Venezuela.
El acto se desvincula de la palabra. Una separación radical, que permite mantener un sector (nacional e internacional) “tranquilo” guarnecido en las comodidades de la palabra, organizado ante ciertos ideales estructurales, y sus velos. Mientras, que gran parte, nos encontramos desvelados, pues los ideales no alcanzan para que la cobija nos de calor. Aquí ese “Otro” de la tribuna, no arropa.
No se trata entonces, de la posición política, sino de la posición subjetiva frente a la vinculación con el horror. Como cada quien se para o se detiene frente a esto.  Se puede relativizar, como lo planteaba Einstein, y algunos políticos que parlotean con animales; se puede banalizar, como lo expone Hanna Arendt, y los que invitan a bañarse en los ríos de Caracas. Se pueden organizar fiestas, y bailes. Se puede ironizar y hacer un poco de humor, como el Chiguire bipolar, y salir premiado en el esfuerzo. Se puede convocar a marchas y protestas, a diálogos y grupos de encuentro, emigrar, viajar, tomar fotos, conversar, se puede escribir, inventar, sublimar, plantea Freud.  Ante ese agujero, inagotable,  nos convoca una urgencia: bordearlo. En el mejor de los casos transitarlo, caminarlo. Hacer un recorrido con él, no sin agujero. No sin Horror. Se puede hacer “como si” eso no estuviese allí, “como si” de eso no quiero saber. ¡Eso también es posible decirlo! si no prendan la televisión, ¡por favor! No quiero incomodar a nadie.
Entonces, estamos aquí, nos ha llegado, salir a la calle, o quedarse en casa viendo las redes sociales, es una forma de habitarlo. Se puede también, estar en casa, haciendo otras cosas. También. ¿Pero se quiere? muchos desean que todo vuelva a ser como antes,  que se acabe esto, ¡que volvamos a la normalidad! ¿pero se puede?  Entonces  lo que supone cuando se toca lo insoportable es un llamado a que se éste de nuevo tranquilo. Tranquilo, por favor quédense tranquilos, ¡paz paz!, ¡así sea a costa de la muerte! Paradojas ambulantes, de eso esta lleno la “Nueva constituyente”.
Algo de este orden, ha sucedido en años anteriores. Un llamado a la tranquilidad  que no alcanza, y que se rastrean sus efectos.  La angustia incomoda, deviene en actos para su cese.  Algo nuevo aparece en el horizonte: No a la represión. Leamos esto en su dimensión clínica. Freud nos dice al inicio de su texto  “La represión” (1915), lo que sigue:
“Otro de los destinos del instinto puede ser el de tropezar con resistencias que aspiren a despojarle de su eficacia. En circunstancias cuya investigación nos proponemos emprender a seguidas, pasa el instinto al estado de represión. Si se tratara del efecto de un estímulo interior, el medio de defensa más adecuado contra él, sería la fuga” (pag.1057, en Obras completas, Ed. Biblioteca Nueva).
Tropezar con la resistencia, dejemos esto por allí, para retomarlo luego. Dice mas adelante que tratándose de la pulsiòn, la fuga resulta ineficaz, pues el “yo no puede huir de si mismo”. Es decir hay de lo que se puede uno escapar, y hay de lo que no, y aquí se ubica muy bien el concepto de pulsiòn, de eso no. Ademas orienta la lectura de la pulsiòn en dos coordenadas posibles: el juicio de repudio que cae sobre él, lo llamarà condena y la fuga. Se enjuicia o se huye de la pulsiòn. De lo que “no se puede escapar”, una de las formas de lo real.
Continuo con esto. Se puede complacer, e incluso convalecer con el goce del Otro. Salto a esta noción lacaniana, porque es justamente lo que se ubica en un sistema  absolutista -si cabe el tèrmino, no tan vencido- parecido a lo que se encuentra hoy día en el poder. Por cierto, si esto se parece una condena, estamos en el orden de la pulsiòn.  Me recordaba la película Vatel, film dirigido por Rooland Joffè, ambientada en la Francia del siglo XVII (¡previo a la Revolución francesa!), sobre la vida de Francois Vatel, el intendente fiel del Príncipe de Condé, un hombre arruinado, que intenta recobrar los favores del rey Luis XIV de Francia. Vatel es designado para servir y atender los gustos del Rey, tarea que emprende creativamente,  desde su talento de cocinero y organizador de eventos. Un detalle deja entrever, ante los caprichos de la corte, Vatel pone alto, un gesto de oposición lo salva de quedar atrapado  en el capricho particular de la monarquía. Allí dice ¡NO! a la ubicación del hombre como objeto de goce.  Da la vuelta, hace trampa, negocia, inventa. Incluso hace un acto desesperado en su desenlace. Pero se resiste a colocarse en ese lugar, frente a un otro gozador absolutista: hace resistencia. Un sujeto y sus avatares.
Sigamos con el texto de Freud. Nos dirá mas adelante que ciertas pulsiones,a pesar de  su condición dolorosa, no pueden ser reprimidas, el hambre es una de ellas. Requiere su inmediata satisfacción. De esto, tratarà, también este ¡No a la represión! apuntando a algo que efectivamente se hace imposible al olvido. La condición para la represiòn es un instinto, que por displacentero amerite ser desalojado de la conciencia, aquí el llamado a la comodidad encuentra su fundamento. Es como si dijesen: olviden el hambre, olviden las muertes, olviden los derechos, olviden. Es el mandato por un lado, un empuje a la represiòn frente a lo que se resiste.
¿Como puede uno hacerse el loco? seria la lectura entre líneas, del concepto en psicoanálisis de la represión: “de eso no quiero saber“, un “eso” que se encuentra en desalojo, el inconciente. Seria hacerse el loco con lo reprimido. Pero es que justamente, de eso, no es posible no saber hoy día. No se puede estar tranquilo, en la tranquilidad de la represiòn. Signos de horror, saltan a la vista. Salta en la cifra.  Son la mayoría jóvenes, muchos de los desaparecidos, asesinados y apresados, en los eventos recientes de las protestas en Venezuela. Sin contar que la gran mayoría de las víctimas por delincuencia, que de las 28.479 muertes violentas del año 2016,  21.643 personas tenían menos de 35 años de edad, es decir, un 76% del total de fallecidos, según estimaciones del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).
En Venezuela,  ocupa un lugar primordial otro dato, no de menor importancia: el numero de emigraciones, de los cuales muchos son jóvenes estudiantes y profesionales, sin contar los que aun están por sumarse al viaje. Los niños que vienen, esos que aun están en espera, hay que pensárselo mas de dos veces, o no pensarlo-creo así vienen- para traer un niño a esta noble tierra. La desnutrición, el acceso a los medicamentos, la falta de garantías en salud pùblica, la crisis económica, social y la inseguridad y violencia, son puntos de quiebre, que hacen de la maternidad y el embarazo, momentos de desabastecimiento natal. Comentario aparte, pero inclusivo, son muchos los jóvenes los que constituyen los sectores militares, bandas organizadas delictivas, y sectores armados.
Cifras que horrorizan, fugan, censuran. El horror, como otro nombre posible de lo real.
El titulo de este escrito, invita a una referencia: el film La cité des enfants perdus (La ciudad de los niños perdidos) película francesa realizada en 1995 por Marc Caro y Jean Pierre Jeunet, su particularidad radica en la desaparición de los niños.  Su semejanza con Venezuela, no deja de resultar indiferente.
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Una ciudad guarda un secreto. Es la consigna de la película, lo inconfesable de la misma, es lo que sus pobladores temen pronunciar: Los niños que solían atestar sus calles están desapareciendo uno a uno, y nadie sabe adónde o por qué se han ido.
¿Porque desaparecen los niños? ¿Porque puede dejar de sorprender esto? aquí su secreto: un amo. Un amo, que condena el recuerdo. Un llamado a la tranquilidad, y su correspondiente sumisión al significante. En el film, tiene nombre, Krank, se los presento y también su secreto: envejece prematuramente por culpa de su incapacidad para soñar. Por eso inventa una maquinaria que almacena sueños, sustrayendolos de los niños secuestrados en esta ciudad. Un sistema de vigilancia y control, se despliega efectivamente, pues no hay niño que no escape.
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Ellos sueñan, es el pie de pàgina de la película. Un lugar para albergar el deseo. Un lugar que revela la verdad inconfesable. Pero también, como lo plantea Lacan en Dos notas sobre el niño: “El niño queda expuesto a todas las capturas fantasmaticas. Se convierte en el “objeto” de la madre y su única función es revelar la verdad de este objeto”. Una intervención posible, poner freno a este lugar de objeto, en el cual ha sido situado el niño ante el deseo des-calabrado de la madre.
Los niños perdidos, porque allí, en ese lugar ¿Que los orienta? ¿Que pone lìmite a la boca voraz? en cuya voluntad nadie inter-media. Perdido, entonces. Ante un país desorientado, -que incluso por intereses económicos internacionales, muchos han hecho la vista gorda–  cuyas coordenadas se encuentran subvertidas en un régimen que es mas “loco que una cabra“, queda una intervención posible: ¡Decir no! desobedecer organizadamente, a las imposiciones de “paz” mediante el ejercicio de la violencia,  a los actos donde se expone la vida en su valor cero,  a la violación de los derechos fundamentales del hombre. Un “no”, que si por lo menos no implica una salida inmediata y satisfactoria de este gobierno, se asume en una detención subjetiva, que pone en evidencia, un alto necesario al sometimiento del cuerpo como tributo u objeto desechable. No al capricho, que palabra ésta, viene del italiano “capriccio“, aludiendo al salto impredecible de las cabras.
Quiero detenerme en ese ¡NO! que aparece en el horizonte de nuestro contexto ante el hecho de que ¡La libra de carne es un joven con guaramo! Dije anteriormente que se puede complacer o convalecer ante el goce del Otro. Y aquí introduzco la noción de obediencia y desamparo. Plácidamente o de forma resignada, ambas implican una aceptación del goce, una manera de dar cierre a una vía; en otros términos, clausura del inconsciente. Pero eso falla, la estructura tiene sus fisuras, sus aperturas, algo de eso podemos aprender en los discursos de este presidente. Hay lo que se resiste a ser reprimido, y hay la resistencia a que advenga lo que se ha reprimido.
La indignaciòn como una de las formas de la resistencia, se opone a la indiferencia. La segunda es una forma de estar tranquilo. Uno de los modos de la eficacia de la represión. Mas, con la primera, no es suficiente, es necesario, un esfuerzo mas.
Aguardar a la apertura de una vía, pero no cómodamente.
Referencias:
Freud, S. (1915). La Represiòn. Barcelona. Ed. Biblioteca Nueva.
Observatorio Venezolano de Violencia. Pagina oficial: https://observatoriodeviolencia.org.ve/
Lacan, J. (1983). Dos notas sobre el niño. En Intervenciones y Textos 2. Buenos Aires. Ed. Manantial
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